miércoles, 22 de diciembre de 2010

Presentación y Agenda

El curso "Historia y uso del pasado. Televisión, prensa y otros medios", inserto en el Programa de Formación del Profesorado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), es promovido por el Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española (CIHDE), grupo consolidado de dicha universidad.
El Curso pretende ser una iniciación teórica y práctica en un campo de la historia, como es la historia del presente. Para ello, además de la formación teórica en los campos de la historia, las historiografías nacionales y la pluralidad de fuentes, el Curso semestral iniciará a los participantes en el análisis historiográfico distinguiendo entre narrativas escritas y audiovisuales, política conmemorativa y memoria de los coetáneos. Los participantes tendrán que asimilar el concepto de uso del pasado, entendido como cualquier uso del pasado fuera del ámbito académico, incluso cuando es realizado por historiadores u otros especialistas. En ese uso público del pasado participan, además, periodistas, políticos y ciudadanos comunes a través de diversas instituciones y asociaciones. Dentro de ese uso público del pasado, se encuentra el uso político, a menudo cristalizado en torno a las conmemoraciones.
El arco cronológico preferente del trabajo de iniciación a la investigación será la España democrática actual, a partir de 1977 hasta nuestros días.

Abdón Mateos

Catedrático de Historia Contemporánea
Investigador principal del CIHDE y director de la revista Historia del Presente



AGENDA

* V Congreso de la Asociación de Historiadores del Presente, HISTORIA DE LA ÉPOCA SOCIALISTA, 1982-1996, Madrid, noviembre de 2011
www.congresohistoriasocialista.es

* Aparición del número 17 de la revista Historia del Presente, 1/2011, "Americanización y franquismo"

* Seminario de investigación mensual del CIHDE "España siglo XX"
Solicitudes de admisión: cihde.uned@gmail.com

http://www.cihde.es/ 

martes, 21 de diciembre de 2010

Analisis audiovisual Televisión


Documentación Audiovisual en RTVE
Las tareas clásicas de la cadena documental que se realizan en toda unidad de información sea Biblioteca, Archivo o Centro de documentación, son:
En un Centro de Documentación Audiovisual de TV, se realizan estos procesos en base, en una primera fase a la producción de programas televisivos, ya sean de naturaleza informativa o no (entretenimiento, ficción, etc…), y con vistas a su emisión. Sólo en una segunda fase, y tras su selección y análisis, los documentos pasaran al Archivo definitivo para su conservación.
Esta conservación va a permitir su reutilización, bien para la redifusión, para la elaboración de nuevos programas, o bien para su comercialización, así como igualmente para la preservación del patrimonio audiovisual.
La empresa pública RTVE posee tres centros de Documentación Audiovisual: el Centro de Documentación de RNE y los Centros de Documentación de Producción de Programas y el de los Servicios de Informativos de TVE, cada uno con sendas unidades de Documentación escrita de apoyo. En todos ellos se trata una gran cantidad de documentos audiovisuales: programas emitidos o no, premontajes, material original sin editar o ‘brutos’; y en todos los soportes que se han ido utilizado a lo largo de la historia de la televisión desde cine en 35 y 16mm, pasando por el video analógico y el digital: 2” y 1” pulgadas, U-Matic, Betacam SP y SX, etc..
Junto a los Centros de documentación audiovisual, seis videotecas se encargan del control y circulación de cintas.
Los procesos de producción de RTVE han comenzado a digitalizarse: emisión, redacción, postproducción, e igualmente las tareas documentales y de archivo, integrándose en grandes sistemas de gestión de contenidos multimedia o MAD (Multimedia Asset Management).
Descripción de la Cadena Documental en TVE
Volviendo a las tareas básicas que se dan en un centro de documentación, aunque con ligeras variaciones dadas las características de una empresa audiovisual, estas tareas quedarían reflejadas en las siguientes operaciones:
- Entrada de Información o ‘Ingesta’.
Es el proceso por el cual se introduce todo tipo de información y señales: imágenes, sonido, efectos, etc, procedentes de cámaras ENG, PEL, satélites, Internet…, susceptible de ser utilizada para la elaboración de un programa, y que el sistema transforma en archivo de datos. Paralelamente a este proceso técnico, el documentalista realiza una ‘precatalogación’ introduciendo unos datos básicos de Identificación del documento para que de este modo, y una vez en el servidor, el flujo de información pueda ser compartido en línea por todos los profesionales que la necesiten: redactores para elaborar sus noticias desde sus puestos de trabajo, documentalistas para búsquedas y análisis, productores, así como todo aquel profesional que necesite consultar o tratar dicha información. Ésta permanecerá en el servidor el tiempo fijado por los gestores. Después una parte se borrará, y otra pasará al archivo intermedio o/y al definitivo.
- Selección.
Esta tarea la realizan los gestores de contenido, profesionales que deciden qué documentos se analizarán, el nivel de prioridad, y cuáles pasarán a conformar el archivo definitivo. Constituye una de las labores más complejas y exhaustivas por la gran cantidad de información que se maneja, sobre todo en una televisión de carácter generalista, pública y con una trayectoria de más de 50 años como es TVE. A este volumen de información, hay que añadir los documentos retrospectivos de otras épocas y que se están analizando paralelamente.
Para su análisis pues, se seleccionarán programas emitidos, y todo material anexo al mismo si se considera de interés, es decir los brutos, piezas originales que sirven parcial o totalmente para la edición del programa. En cuanto a su conservación definitiva, se enviará al archivo histórico todo el material sobre el que la empresa tenga derechos.
Análisis del documento audiovisual
El/la documentalista es el profesional encargado del análisis de los documentos audiovisuales.
El análisis clásico audiovisual consiste en describir textualmente y de forma normalizada, el documento audiovisual, mediante su visionado. Este análisis es secuencial, es decir se describen secuencias o unidades de espacio-tiempo, destacando planos, que por su calidad visual o interés informativo sean importantes de resaltar, por ejemplo planos de algún personaje (político, artista, deportista…). En esta descripción también incluiremos elementos relativos a narrativa audiovisual, es decir, tamaños de planos (PD. Plano detalle; PP. Primer Plano; PM. Plano Medio…) y movimientos de cámara y foco (travelling, zoom, etc…)
La descripción se va introduciendo en una Base de Datos documental, herramienta informática en donde se ordena, gestiona y almacena la información normalizada a través de campos y subcampos. Unos, en un primer nivel de análisis, se destinan a la descripción física del documento (número de referencia, signatura, tipo de formato, duración de la grabación, etc…) y otros se refieren al análisis más profundo o “intelectual”, es decir la descripción propiamente dicha del documento y su clasificación o indización, utilizando para ello los denominados “lenguajes controlados o documentales” (lista de palabras o términos que asignan de qué trata el documento).
El análisis se realiza con el objetivo de sustituir el visionado del documento por parte del usuario y con vistas a la posterior recuperación de la información contenida en el documento audiovisual.
El entorno digital, en cambio, nos va a permitir un análisis textual menos exhaustivo ya que al texto descriptivo de lo que vemos, le acompañan imágenes, fotogramas representativos que se capturan, y a modo de pequeño ‘story board’ permiten al usuario hacerse una rápida idea del documento audiovisual.
También va desapareciendo el manejo directo de cintas, ya que los documentos se almacenan en un servidor.
Como ya hemos indicado, paralelamente al análisis de programas diarios, se analizan otros con carácter retrospectivo que no pudieron analizarse en su momento. Constituyen el denominado Fondo Histórico, documentos que datan de 1962 los más antiguos, en cine 16mm y en Blanco y Negro.
- Conservación y Almacenamiento
Desde sus orígenes, el gran problema de los soportes audiovisuales ha sido su conservación, al estar elaborados con materiales químicos de fácil y rápida degradación. A este problema se añade la desaparición paulatina de la tecnología que les acompaña para su lectura: proyectores de cine, magnetoscopios de video, etc… La preocupación pues por su preservación ha sido una constante para los profesionales que custodian estos archivos. También la digitalización ha venido a solucionar en parte este gran problema, asegurando su perdurabilidad y transmisión a las futuras generaciones.
-Difusión
Si bien el primer y principal usuario de las empresas audiovisuales de TV son los periodistas y los profesionales del medio, también se prevé la difusión a usuarios externos: investigadores y especialistas, así como al público en general. La digitalización va a permitir este acceso de los fondos de los principales archivos audiovisuales al gran público.
Ejemplos de algunas direcciones destacadas de Web de archivos de televisión:
(Francia) INA http://www.ina.fr/




Entrada de información:
- Selección
- Identificación de fondos
- Tratamiento de la información: Análisis
- Almacenamiento y Conservación
Salida de información:
- Difusión







sábado, 11 de diciembre de 2010

Campos de la historia. Historia del presente

CAMPOS DE LA HISTORIA. HISTORIA DEL PRESENTE

ALGUNOS CAMPOS DE LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA

Abdón Mateos

Una de las formas de definir la historia, la más simplista quizá, es señalar que la historia es lo que hacen los historiadores. No pretendemos realizar una enumeración de todos los "campos" de la historia contemporánea, de todos los nuevos temas que son hoy en día objeto de la investigación histórica. Incluso se podría señalar que algunos de ellos, aunque muy respetables, resultan poco relevantes o han sido engullidos por modelos prestados de las ciencias sociales. Esto ocurre con ciertos temas de la historia social, demasiado entregados a lo inmóvil y a la antropología; con la sociología histórica que es eso, análisis sociológico comparado aunque retrospectivo[1]; y con la cliometría, también denominada de forma muy significativa, economía histórica. Esto no quiere decir que no exista un sector de historiadores sociales y económicos que no se hayan resistido a la disolución y, actualmente, no prefieran la interrelación más con otras especialidades de la historia que con las ciencias sociales. Esto no supone una exclusión del diálogo con las más variadas teorías sociales o la negación de la utilidad del método comparativo y de la cuantificación. El historiador siempre utiliza estos métodos aunque de manera menos explícita que los científicos sociales.

Desde nuestro punto de vista, la historia contemporánea es un área de conocimiento definida y precisa, por lo que la mayor parte de las historias sectoriales conlleva una reducción de variables, de aspectos de la realidad del pasado, que las aleja de nuestro campo específico. Además, creemos que una de las tendencias actuales es el paso de una etapa de desconcierto, producto de la fragmentación y de la irrelevancia, a otra de diálogo y convergencia entre las diversas escuelas y campos de la historiografía. Por tanto, me parece que pueden encontrarse signos de vitalidad dentro de una crisis provocada por el desmigajamiento y el ataque de los productos posmodernos.

Consideramos que las verdaderas especializaciones de la historia contemporánea son las que tienen en las coordenadas espaciales y temporales su norte más que en aspectos aislados de la realidad humana. Quizá se pueda acusar a esta visión de contener implícitamente una nueva pretensión totalizadora para la política y para la explicación narrativa. No lo creemos así. Más bien se tratará de buscar conexiones, de relacionar las distintas realidades del pasado, que pueden ser establecidas por separado, aunque pensamos que el eje de la articulación pasa por la política y el de la síntesis por el relato.



[1] Para la sociología histórica y la historia comparada pueden consultarse, Juliá, S., Historia social/ sociología histórica, Madrid, Siglo XXI”, 1989, y, más recientemente, el número monográfico de la revista Studia Histórica. Historia Contemporánea, dedicado a la perspectiva comparativa, en especial, el artículo de Charles Maier, "La historia comparada".

Historia, memoria, política

HISTORIA, MEMORIA Y POLÍTICA

El uso público comparado del antifascismo y antifranquismo

en Italia y España[1]

María Elena Cavallaro y Abdón Mateos (eds.)

Abdón Mateos:

La mesa redonda se títula “El uso público comparado del antifascismo y antifranquismo”. En el programa se hacía una pregunta retórica que se encuentra también en la historiografía sobre el antifascismo en la Italia actual y empezaba preguntando si para ser demócrata hoy en día en España desde 1977 hasta nuestros dias hacía falta reconocerse en los hechos y valores del antifranquismo entendidos como algo más amplio que el antifascismo propiamente dicho de los derrotados que publican en la guerra civil, en la medida que había surgido una nueva oposición que había estado en la coalición reaccionaria de Franco, pero que a lo largo de la dictadura pasó hacia la disidencia y luego dió lugar a una nueva oposición antifranquista desde 1956. Y, por otro lado, hasta qué punto las vivencias del antifranquismo, incluyendo al exilio político, que es un elemento central, fue una referencia decisiva en la construcción de la cultura política democratica de la España actual a lo largo de los treinta años de democracia. Yo creo que se podría decir que pasado los primeros momentos de la transición, el discurso mayoritario fue considerar superada o superable esta dialéctica franquismo-antifranquismo, pero esto no significó como hemos visto a través del cine o de la narrativa y la literatura que este pasado no estuviera muy presente en la sociedad española, sino que el antifranquismo no se utilizó en el combate político pero, al mismo tiempo, no se benefició de una reparación y conmemoración suficiente.

Los partidos de la izquierda parlamentaria mantuvieron una relación relativamente conflictiva con el recuerdo del antifranquismo. Por ejemplo, el PCE, inmerso en el eurocomunismo y en la debacle electoral, los escasos resultados de las convocatorias de 1977 y de 1979 y el hundimiento de 1982, no empezó a recupar el pasado atifranquista hasta más bien la creación de Izquierda Unida en la segunda mitad de los Ochenta. Hasta ese momento, ni el pasado guerrillero de la edad de hierro estalinista ni el distanciamiento respeto a Unión Sovietica ni la política de reconciliación nacional, impulsada por Santiago Carrillo, secretario general desde 1960 hasta 1972, fueron reivindicados durante los años de consolidación democrática, es decir que no fueron tampoco revindicados en los años de la transición 1975-78, tampoco en los años de hegemonía socialista en los años ochenta. Fue, gracias a los movimientos por la memoria impulsados por las bases del PCE, cuando empezó a desarrollarse esta revindicación de pasado antifranquista ya en los Noventa.

En el caso del PSOE, existía un temor a que se reabrieran las divisiones ideológicas asociadas a los años treinta, además de la ruptura con la dirección del exilio que se había producido en los años setenta, o la percepción generacional de la guerra y del exilio como algo del pasado que había que superar, al igual que había que superar este ominpresente conmemoración franquista de la victoria que habían vivido ellos como jóvenes. Todo ello condujo a desarrollar una política cultural comemorativa de baja intensidad, dejando el protagonismo de la recuperación del pasado a los historiadores.

En cambio, los partidos de la izquierda italiana, a mi juicio, continuaron teniendo los mismos líderes, que habían estado en el exilio durante los años del fascismo y que habían protagonizado la resistencia, en la primera línea de la política durante la primera década de la república italiana hasta, al menos, bien avanzados los sesenta. Palmiro Togliatti, Sandro Pertini, Fillipo Turati o Pietro Nenni, lideraron la vida interna de los comunistas y socialistas italianos hasta los años sesenta (veinte años después del final de la guerra mundial,) desempeñando puestos institucionales o incluso protagonizando la acción de gobierno.Basta recordar a los gobiernos de cientro-izquierda en que entraron los socialistas italianos en el que líderes como Nenni ostentaron cargos ministeriales.

Figuras del pasado como Antonio Gramsci o Giacomo Matteotti, victimas del fascismo, fueron iconos indiscutidos y indiscutibles en Italia. Eso no tiene parangón con la izquierda española: pues ni Santiago Carrillo ni Rodolfo Llopis podían serlo. Por lo que se refiere a las víctimas españolas de la represión contra el antifranquismo en el ámbito del partido socialista o comunista durante las décadas centrales de la dictadura, esto es, los años cincuenta o sesenta, podríamos citar a personalidades como Tomás Centeno (1953) o Julián Grimau (1963) pero estos dirigentes clandestinos no tienen la misma significación que los italianos citados antes.

La vivencia italiana republicana ha sido diferente en cierto modo inversa, pues el antifascismo y la resistencia, definido por Claudio Pavone como guerra civil de baja intensidad, aunque considero mejor la caracterización de guerra de liberación nacional con varias dimensiones, se convirtió en una referencia central en el antifascismo en la cultura política hasta los noventa.

A partir de la crisis del sistema político italiano, que coincide con el cincuentenario de la Liberación en 1995, empezaron a ser discutidas las fiestas nacionales, por ejemplo, el 25 de abril o muchos otros de los símbolos del antifascismo y de la resistencia.

Para concluir, quiero subrayar que considero el marco comparativo hispano-italiano más útil para ilustrar las diferencias entre los distintos casos nacionales que las similitudes. Las vivencias de exilio, clandestinidad y resistencia armada fueron radicalmente disímiles en los dos países. El uso público de esas disidencias, oposiciones y resistencias armadas ha sido desacompasado en el tiempo de los dos paises. El tiempo de recuperación simbólica del antifranquismo en España se ha desarrollado sobre todo después de 1993-96, durante los últimos quince años. Un periodo que coincide con la época de cuestionamiento del antifascismo en la Italia de las dos últimas decadas. En cualquier caso, el hecho que hubiera una resistencia armada en Italia entre 1943-45 no puede compararse con la minoritaria y limitada guerrilla armada en España de 1944-52, básicamente de 1944-48, que estuvo sobre todo circunscrita a los espacios rurales. Además no hubo a causa del maquis una confrontación civil amplia como pasó en Italia durante la resistencia ni hubo, claro está, ningún invasor estranjero. Y, como ha destacado la profesora Cavallaro, la liberación italiana de 1945, aunque se pueda dibujar un periodo de guerra y transición entre 1943 y 1948, no es comparable a la liquidación del franquismo mediante una ruptura “pactada” de 1976-1978.

No hubo un Día del antifranquismo pues ni el 17 de agosto de 1945, la fecha de establecimiento de las instituciones republicanas en el exilio ni otras fechas como la declaración común del Coloquio europeísta de Munich, podían serlo. El recuerdo del 15 de junio de 1977 o del 6 de diciembre de 1978 no pertenece ya a la conmemoración del antifranquismo sino al recuerdo de la concordia de la transición a la democracia. Por tanto, creo que la historia comparada en este caso sirve más par ilustrar diferencias que para encontrar puntos de encuentro.

María Elena Cavallaro:

Para entender la herencia y el distinto peso adquirido por la memoria del antifranquismo y el antifascismo en el debate político actual en Italia y España creo que es importante remontarse a lo que ocurrió en 1945 y 1975, años en que empezaron a desarrollarse los respectivos procesos de transiciones hacia la democracia en los dos paises, y marcar las principales diferencias.

Entre las experiencias vividas hay que subrayar la distinta manera en que se derrumbaron los respectivos regímenes.

En Italia fue un proceso traumático. La caida del fascismo estuvo muy conectada a la ocupación del país por parte de los aliados. La Resistencia, es decir la guerra de liberación nacional llevada a cabo entre 1943-1945, no se puede comparar con lo que pasó en España. Aunque también en Italia hubo enfrentamientos entre hermanos que elijeron frentes distintos, en Italia la Resistencia fue un proceso que se desarolló solo el el centro –norte del país y no en toda la Península, y también el numero de las victimas en Italia (se calcula alrededor de 50.000) es mucho menor que en España durante la guerra civil.

En España, aunque durante la epoca del desarrollismo, a partir del 1956, se produjeron cambios socio- económicos muy importantes, no hay que olvidar que Franco murió en su cama, el cambio de regimen se desarrolló a nivel institucional en continuidad con el pasado y no de manera traumática.

Otra diferencia muy grande que hay entre los dos procesos se refiere a los distintos momentos de la guerra fría en que se llevaron a cabo las dos transiciones. La italiana en 1945, la española en 1975.

En 1945 aún no había empezado la Guerra Fría. Se iba rompiendo el consenso entre los paises aliados, aún no se había desarrollado la división bipolar en dos bloques contrapuestos. El contexto internacional no estaba estabilizado. Esto influyó mucho en la manera en que se desarrolló el conflicto político interior. Es decir que la situación internacional condicionó la manera en que los partidos politicos reprodujeron dentro del país las divisiones típicas del conflicto bipolar. Más tarde cuando ya después de 1947 se formó una verdadera división en dos bloques, en Italia los partidos políticos, sobre todo la Democracia Cristiana y el Partido Comunista mantuvieron un nivel muy alto de enfrentamiento ideológico, reproduciendo así en el plano interno una bipolarización muy fuerte. En tal sentido basta recordar la campaña electoral de las elecciones políticas italianas de 1948 cuando los dos mayores partidos de masas antes citados se hicieron portadores de los principios defendidos por las dos superpotencias en el campo internacional.

En los años en que se desarrolla la transición española, la guerra fría está pasando por una etapa de distensión a nivel bipolar y el nivel de conflicto entre las dos superpotencias se ha estabilizado y se ha aceptado por ambas. Este punto de partida influye mucho en la definición del modelo del sistema de partidos que se establece.

Los conflictos que habían causado las contraposiciones ideológicas de los años Treinta parecen menos intensos y no se pone en duda la posición occidental del país.

Este no fue el único elemento de diferencia. La situación económica en la que se encuentran los dos paises era completamente distinta. En 1945 estaba empezando la época de reconstrucción posbélica en toda Europa. Italia había perdido la guerra y además tenía una identidad escindida como herencia del fascismo.

La situación económica en la que se encontraba el país era mucho mas pobre que la de España en 1975. Aunque varios estudios subrayan que la transición española se desarrolló en un momento de crisis económica, debida a la onda expansiva de la crisis petrolifera de 1973, el país había experimentado ya de todas formas su boom económico al comienzo de los Sesenta, en la epoca del desarrollismo, y su nivel de desarrollo era mucho más avanzado que el de Italia en 1945.

Por lo que se refiere a la formación de los sistemas políticos, como hemos dicho, el nivel de conflicto ideológico en Italia en 1945 era más fuerte que en España en 1975.

En Italia las consecuencias de las contraposiciones ideológicas influyeron mucho en la definición del sistema de partidos. En Italia hubo una polarización muy fuerte, una deslegitimación del adversario político, un gran inmovilismo y una fuerte resistencia al cambio institucional.

El hecho de que, en el ala izquierda del sistema político, el Partido Comunista aglutinara más fuerza política, imposibilitó el funcionamiento del mecanismo de la alternancia en el poder. Asìí se creó un bloque de poder, que aunque no constituyera un tiempo único a lo largo de lo que en Italia se denomina la “Primera República”, se mantuvo hasta el final de los Ochenta, época en que empezaron a vacilar las bases del sistema político, cuyos fundamentos se remontaban a la etapa de la resistencia. El cambio hacia un sistema bipolar se produjo sólo como consecuencia de la Caída del Muro de Berlin y del final de la Guerra Fría.

En España, a partir del hundimiento de Unión de Centro Democrático - que es el partido que se considera como el de la transición-, se impuso un modelo bipartidista moderno, caracterizado por un fuerte partido socialista de sello socialdemócrata y un fuerte partido conservador, respectivamente el PSOE y el PP.

En Italia, el momento del cambio se desarrolla sólo después del hundimiento de la Unión Soviética. El sistema sale de su inmovilismo. El hundimiento del referente internacional del PCI modifica el equilibrio interior entre las fuerzas políticas. Ya no hace falta un partido anticomunista como la Democracia Cristiana, es decir que otra vez los tiempos de la Guerra Fría inflyen en los contextos nacionales. Debido a la implosión de los antiguos sujetos políticos se superan algunos problemas que habían caracterizado la etapa anterior. Termina la conventio ad excludendum contra el partido comunista y se resuelve el problema de la alternancia pero se mantiene la deslegitimación del adversario político. Añadiría algo más, que no sólo se mantiene sino que se refuerza. Es decir que al comienzo de una época postideológica, la deslegitimacion del adversario político se convierte en un elemento de agregación política. En una época en que el papel del liderazgo carismático dentro de los partidos adquiere más fuerza, en Italia, la principal línea divisoria se desarrolla alrededor del berlusconismo-antiberlusconismo.

En España, en cambio, el modelo de la transición pactada, basada en el consenso político, entra en crisis a partir de 1996. Es el momento en que se habla de la ruptura definitiva del pacto del olvido que se había mantenido hasta entonces como telón de fondo del sistema político.

Hay algunos elementos de novedad, como el recambio generacional. Aunque estamos en una época postideológica, en comparación con los años de la transición democrática de finales de los Setenta hay un proceso de deslegitimación del adversario político que se empieza a percibir como enemigo. Y esta nueva situación acutiza el resurgimiento de contraposiciones en la gestión del tema de la herencia de la guerra civil.

No dudo que el tema de la guerra civil siempre estuvo presente, no hubo desmemoria del proceso, sino todo lo contrario: como estaba demasiado presente y podía favorecer contraposiciones se había silenciado, para seguir adelante, para reconstruir todos juntos el futuro de España. Yo, como observadora extranjera, lo considero un gran éxito de la clase política que llevó a cabo el proceso. Ahora, en cambio, la memoria de la lucha fratricida se utiliza de manera instrumental y entra de pleno derecho dentro del debate político y se utiliza para sufragar el tema de la debilidad de la democracia española.

Para terminar, sólo quiero recordar que creo que para medir el peso de la memoria del antifascismo en Italia y el antifranquismo en España, aunque actúen en tiempos distintos, en perspectiva comparada, hay que tener en cuenta tres elementos: primero, el distinto contexto internacional en el que las dos transiciones se llevaron a cabo; segundo, el distinto nivel del conflicto ideológico que se puso en campo en el momento del cambio político; y, finalmente, el nivel de legitimación/deslegitimación del adversario político reconocido dentro de los respectivos sistemas políticos.

Alfonso Botti:

El tema de esta mesa redonda es muy interesante, pero también resulta un tema anguila, que no se consigue coger, es como un pez que se escapa por todos lados.

Pongo encima de la mesa algunas ideas, subrayando algunas diferencias y algunos aspectos metodológicos. Está clarisimo que los dos paises viven una situación muy distinta.

En Italia hay el fascismo y luego una guerra civil, en España hay una guerra civil y luego una dictadura, y por supuesto, en Italia durante la transición hay una ruptura con muchas continuidades en España hay una continuidad institucional “de la Ley a la Ley” pero con varias rupturas.

En Italia hay una depuración que se ha criticado y debido a su origen, esto no cabe en el marco español.

Pero la diferencia más abismal es la diferencia de época. Desde 1945 al 1975 pasan treinta años, el contexto internacional es muy diferente pero también la sociedad civil ha cambiado mucho.

La sociedad civil de los años setenta es completamente distinta de la sociedad civil de los años cuarenta. Me parece muy importante subrayarlo.

Otra diferencia se refiere al desarrollo de la investigación historiográfica.

La referencia para todos los historiadores que se ocupan de la Resistencia en Italia es el trabajo de Claudio Pavone, que sale en 1991, eso ya da una idea del tiempo que ha sido necesario para elaborar, investigar y reelaborar aquella experiencia. Además que nadie se fija en el título de verdad, que no es una guerra civil, pero después del título sigue una interpretación moral, una interpretación de un hecho fundamental del siglo XX.

Como si se hubiera perdido el tema de la dimensión moral cuando hacía falta insistir en el aspecto moral en este país.

Hay otra diferencia abismal, que me parece que no ha salido hasta ahora, y es que en la transición española, la democracia se desarrolla en un momento en que todo el mundo sabe que se está construyendo una memoria, porque el tema de la memoria como objeto de investigación histórica es un descubrimiento relativamente reciente.

Los que hacen la resistencia en Italia, y que construyen la Italia republicana, están haciendo la Italia republicana, no están haciendo memoria, porque el tema de la memoria aún no se ha contextualizado.

Esto occurre a partir de la segunda mitad de los setenta y empieza a emplearse a partir de la investigación de Pierre Nora “Lieux de mémoire”, momento que supone un cambio conceptual abismal en mi opinión.

Otra cuestión. Estamos manejando todos las mismas palabras pero creo que no los mismos conceptos. Por ejemplo, por lo que se refiere a la definición de uso público. Hay una interpretación que no es magnífica, a mi no me gusta mucho, pero no he encontrado otra mejor, y sigo empleándola: me refiero a la de Gallerano. Según él el uso público de la historia se realiza todas las veces que se habla de historia fuera del marco de la investigación y de academia. No es un problema corporativo, es decir, no tiene nada que ver con la pertenencia a la corporación. El historiador puede ser cualquiera, basta que siga algunas reglas de metodología y de cientificidad. Entonces De Felice, el más grande historiador del fascismo, cuando escribe en el diario “Il Corriere della Sera”, a pesar de ser un historiador, está haciendo uso público de la historia, no se si todos aceptamos esta interpretación. El uso público está relacionado más con el ámbito institucional. Otra cosa es el uso político. El uso político es una manipulación de la historia con finalidades muy concretas y muy directas yo creo que no se pueden intercambiar.

En este sentido los temas y las anguilas dan mucho juego. Ya se ha comentado, el antifascismo de los años del fascismo y el antifascismo de la etapa de la resistencia son distintos, hay continuidades pero no coinciden. También en España podemos distinguir entre el antifranquismo de la guerra civil y el antifranquismo que se desarrolla a partir de 1956, pero además hay un uso político del antifranquismo por parte del franquismo. Y aunque sea diminuto hay un uso político del antifranquismo por parte del antifascismo italiano por ejemplo, y hay un uso político del antifascismo italiano por parte del antifranquismo español. Estos dos ultimos ejemplos se refieren a fenómenos minoritarios pero los hay. El fenomeno más gordo, repito es el uso político del antifranquismo por parte del franquismo. Y esto cabe dentro del tema en forma más general.

Eso supone decir algo de la memoria que es un tema novedoso, que se está investigando desde hace no más que un cuarto de siglo. La memoria no es la historia, esto todo el mundo lo sabe, a veces hay temas que por falta de investigación historigráfica caen antes en el espacio público, como uso público del historia, que en el de la investigación historiográfica. Así se establece una relación que no siempre es virtuosa, incluso puede ser viciosa entre investigación historiográfica y uso público. Y hay una interrelación, una interconexión entre las dos.

Además quien estudia la memoria no estudia el objeto de la memoria sino la manera en en que el objeto repercute en un marco determinado, es decir en un contexto social, casi se pierde de vista el objeto, para investigar en qué manera se interpreta la supervivencia del tema, y qué uso se hace en una sociedad distinta de la que ha producido el objeto de la memoria. Por ejemplo cuando hablamos de guerrilla, no estamos hablando de las perspectivas que tenían los guerrilleros en su tiempo, no hablamos de sus luchas, estamos hablando de por qué en los años setenta se habla de ellos, para qué sirve, y cómo se utiliza el discurso que relata su acción.

La narración hegemónica en España se construye durante la transición y que funciona más o menos hasta alrededor de la mitad de los noventa, la narración hegemónica es “nunca más”, nunca más volver a los enfrentamientos de los años treinta, nunca más volver a una guerra fratricida, hubo barbaridades, hubo violencia desde todos los bandos, hubo responsabilidad compartida y hace falta mirar hacia el futuro en un clima de consenso.

Ésta es la gran narración hegemónica que se plasma a partir de los años de la transición y funciona muy bien, funciona porque se sabe que va a ser el mito fundacional de la democracia española.

Funciona perfectamente hasta que deja de hacerlo a la mitad de los años noventa. Con varios aspectos que coinciden.

Son los años de la nouvelle vague de la historiografía española. A mitad de los noventa la historiografía empieza a ver la historia de España como la historia de un país normal. Terminan los paradigmas fracasistas, tremendistas, España es un país normal, ha tenido un régimen pero ahora está en un marco europeo.

En las elecciones de 1996, González, en lugar de preocuparse de lo que había pasado en el partido socialista, hace una campaña electoral diciendo que vuelven los fascistas. Hay fuentes literarias muy buenas, como Un polaco en la Corte del rey Juan Carlos de Manuel Vázquez Montalbán, en la que esta clarísimo que en esta situación González no sabe qué decir y dice “vuelven los fascistas”. Esta campaña electoral, a mi modo de ver, es un síntoma de los cambios políticos.

Y luego en España funciona el patriotismo costitucional, la referencia al mito fundacional funciona con referencia al terrorismo. En uno de los últimos congresos del PP hay una ponencia sobre el patriotismo constitucional en la que aparece 77 veces la palabra terrorismo. El texto llama a unidad a los partidos constitucionales demócratas en contra del terrorismo. Si se pudiera establecer una relación entre antifranquismo y constitución -que no se puede establecer de forma directa a mi modo de ver- casi diría que se hace un uso político más que público no del antifranquismo sino de la constitución.

En el caso italiano en los años sesenta, nace un movimiento de izquierda revolucionaria que recupera la bandera de la resistencia, que reelabora la idea de resistencia que no es tampoco novedosa, ya que se había formulado por la izquierda del PCI en los años 1944-45, como revolución traicionada por parte de los comunistas revisionistas. Los verdaderos nuevos partisanos son los militantes de izquierda revolucionaria.

Pero cuidado, porque cuando se produce el secuestro de Moro es un frente antifascista el que lucha en contra del terrorismo rojo.

Éste también es un uso público porque viene del arco constitucional del antifascismo. La AMPI, la asociación nacional partisanos de Italia, está en primera fila contra el secuestro de Aldo Moro, así como hay que decir que algunos de los terroristas son hijos de los partisanos.

Acabo con una última referencia a los cambios que se producen en los años noventa. En el espacio público hay un debate sobre el fin del antifascismo que está en relación con el fin del fascismo. Este último es el proceso de renovación que lidera Gianfranco Fini que lleva a la trasformación del Movimiento Social Italiano (MSI) heredero de la República de Saló y del fascismo y lo trasforma en Alianza Nacional(AN).

A partir de aquí se dice si ya no hay fascismo, para qué sirve el antifascismo. Hay un libro de 2004 que es muy útil que defiende la tesis opuesta a la de su título, cuyo autor es Sergio Luzzatto: La crisi del antifascismo. El autor defiende la tesis de que hace falta en Italia un sentimiento antifascista.

Ha habido una interpretación divertida de un antiguo embajador italiano, Incisa di Camerana, que cuando habla del antifascismo y del antifranquismo dice que España funciona muy bien porque se ha construido sin antifranquismo, subraya que hubo reconciliación, esta tesis en Italia ha tenido una cierta acogida en el espacio público italiano, así como encuentra acogida la interpretación de que hubo reconciliación a partir del Valle de los Caidos. En cambio, la evolución italiana habría sido muy mala porque la gente se sigue empeñando en el antifascismo. Ésta es sin embargo una comparacion muy sencilla que ha ocupado el espacio público pero que creo que no tiene el fundamento mas mínimo.

Luca Polese Remaggi:

Quiero regresar sobre algunos puntos que se han abordado hasta ahora y revisar el tema de las secuencias de las dos transiciones desde al fascismo a la democracia en Italia y desde el franquismo a la democracia en España.

La secuencia, las etapas, son inversas. Guerra Civil, franquismo, democracia en España; en Italia fascismo, guerra civil, democracia.

En Italia la guerra civil más que una realidad es un sentimiento vivido, lo demuestra el libro de Pavone antes citado, que es un libro sobre las elecciones morales y la representación del acontecimiento en que se estaba tomando parte.

Es una representación de los actores politicos. Después se convertirá también en un discurso que abarca también el tema legitimación deslegitimación. El tema de la guerra civil desaparece de la Italia republicana, queda en el discurso de los fascistas antes y de los accionistas después, pero desde una percepción de los protagonistas se convierte en un lenguaje político de la historia.

Pero yo creo que no se puede aplicar el concepto de guerra civil al caso italiano, porqué el debate en Italia no es la guera civil sino la segunda guerra mundial. Es alrededor de este hecho donde se produce la verdadera gran fractura de 1943, del 25 julio, antes, y el 8 septiembre, después.

Toda la historia sucesiva gira alrededor del derrumbamiento del Estado que ocurrió entonces.

No comparto la interpretación del historiador italiano Galli De la Loggia que ha hablado de la “muerte de la patria” y veremos por qué, pero el derrumbamiento del Estado es una fractura muy profunda.

La patria no muere en 1943, porqué ya la patria liberal había muerto. Porqué si por patria entendemos la nación surgida de la epoca del “Risorgimento”, la nación, el Estado tenía como su fundamento principal el pacto entre la monarquia y el movimiento liberal. Había una monarquia liberal.

El proyecto del movimiento liberal es una de las características fundacionales de la historia de la unidad de Italia. Nuestra patria no muere en 1943, esta había muerto en el periodo entre 1922-1925. Es decir, en la época comprendida entre la marcha sobre Roma y la promulgación de las leyes llamadas “fascistissime”. En estos años, se construye un Estado distinto, no sólo un estado fascista sino que entonces empieza incluso un proceso de nacionalización distinto del proceso de nacionalizacion de los liberales que había formado a los italianos, es decir, a la población italiana

Después de 1922-25 no cambia sólo la naturaleza del régimen politico sino también la manera de la formación y reproducción de la identidad nacional.

La nación fascista toma el lugar de la nación liberal, que desaparece para siempre.

1943 es un momento de ruptura pero también es un punto de llegada de un proceso. Es una ruptura de las estructuras desde el punto de vista institucional pues, desde el punto de vista simbólico, la época liberal había terminado incluso antes.

Ahora bien, después del final de la segunda guerra mundial las cosas cambian incluso con respeto al antifascismo.

Lo que queda son los partidos y el antifascimo. Los primeros son los sujetos, el segundo es el lenguaje de la recostrucción nacional.

Ahora ya no nos reconocemos ni en los partidos políticos ni en el antifascismo.

Entre los primeros, nos hemos dado cuenta que el partido comunista era antidemocrático, ahora entendemos que el antifascismo era una ideologia de Estado y que los comunistas utilizaban el antifascismo para deslegitimar los adversarios políticos.

Todo resulta verdadero, pero queda el hecho de que los partidos fueron los sujetos y el antifascismo fue el lenguaje de la recostrucción nacional.

Pero el hecho que me parece que hay que subrayar es sobre todo que el antifascismo, desde un punto de vista del sistema político, ha actuado incluso como legitimación del cambio.

El sistema politico que nace en 1948 sin duda ha funcionado con la exclusión del partido comunista- la conventio ad excludendum- este es el elemento estático, es decir el elemento permanente a lo largo del periodo republicano, pero también hay un elemento más fluido, más dinámico que hace de manera que el antifascismo adquiera una significación crucial porqué todos los momentos de cambio que se desarrollan a partir del antifascismo.

Esto ocurre incluso para la época que llamamos del centrismo. Aunque la Democracia Cristiana utlizó mucho más la lucha en contra de los totalitarismos, el antifascismo juega un papel importante. El lider de la democracia cristiana, De Gasperi, lo utilizó para situar el crecimiento de consenso a la derecha del sistema politico.

Incluso en esta fase en que parece que el anticomunismo tuvo un papel primario también juega el llamamiento al antifascismo. Y después de esta época el peso que adquiere el llamamiento al antifascismo lluega a ser incluso más fuerte. El antifascismo se convierte en la ideologia de la época del centro-izquierda. Basta pensar en Tambroni y en el nacimiento de los Consejos Federativos de la Resistencia, Parri y otros.

No fue sino hasta llegar a los años setenta cuando el antifascismo forma parte del frente institucional en contra del terrorismo rojo que en el fondo era negro.

Para concluir, quiero subrrayar que la fuerza, la persistencia del antifascismo, dependió en alguna medida incluso de su capacidad de ser no sólo elemento de deslegitimación del sistema, sino también de legitimación de algunas fases del mismo. Y se ha entrelazado incluso con la cuestión de la identidad nacional.

Basta pensar en la estrategia de Ciampi descrita por Focardi en el libro La guerra della memoria. Fue una estrategia institucional construida a partir de las tesis del verdadero historiador antirevisionista de los años noventa que es Pietro Scoppola.

No se basa en la tesis de De Luna o Revelli que afirmaba que debido al hecho de hacer un antifascismo frontal y militante no dejaron ninguna huella, lo que si ha dejado una huella que, como he dicho, se ha convertido en una estrategia institucional, ha sido la tesis de Scoppola. Según él en 1943 no ha muerto la patria en su conjunto, ha muerto el Estado fascista, que era un estado autoritario, pero ha quedado la sociedad civil, la nación, que es la nación católica, que es la que ha hecho la resistencia civil, la que a pesar del derrumbamiento del estado se ha organizado otra vez, de allí nace un pacto, la república como contrato el referéndum del 2 de junio de 1946, como verdadero contrato entre los italianos.

Giovanni Orsina:

Questo intervento mira a enunciare e sviluppare in breve (ma non a dimostrare, dati i limiti di spazio) la seguente tesi: se la confrontiamo con quelle di alcuni dei principali paesi europei che hanno avuto un’esperienza non democratica, e che ne hanno quindi dovuto gestire la memoria, la vicenda italiana – il fascismo, il suo ricordo, l’antifascismo – presenta una costellazione storica peculiare. Questa costellazione ha fatto sì che in Italia, ma non in Francia, Spagna, Germania, un antifascismo a prevalenza radicale, desideroso di introdurre nella storia della Penisola una profonda discontinuità storica, sia diventato l’ideologia egemone di una Repubblica a prevalenza moderata, legata al passato storico da robusti legami culturali e istituzionali. Ossia, ha fatto sì che uno iato significativo separasse l’“Id” della Repubblica dal suo “Superego”. Questo iato ha a sua volta contribuito a destabilizzare il sistema politico italiano postbellico, rendendone il percorso differente da (e più tormentato di) quello dei sistemi politici tedesco, francese, spagnolo.

Quando ragioniamo dei caratteri della transizione da un sistema politico non democratico a uno democratico – caratteri che evidentemente condizionano non poco la memoria che del regime autoritario avrà il suo successore – gli elementi che dobbiamo tenere presenti sono, mi pare, i seguenti:

1. se il regime autoritario sia stato un prodotto endogeno della storia nazionale, o non si sia piuttosto affermato in dipendenza da eventi esogeni, come ad esempio una sconfitta militare;

2. se il crollo di quel regime abbia cause prevalentemente esogene o endogene, e se sia stato traumatico o pactado;

3. se vi sia stata comunque la partecipazione di forze endogene, e di che tipo;

4. quale sia il rapporto di continuità/rottura del nuovo regime democratico col regime autoritario che lo ha preceduto, ma anche del regime autoritario coi sistemi politici ancora precedenti – e come quei sistemi politici più remoti fossero configurati a loro volta –;

5. se questi rapporti storici di continuità/rottura si collochino soltanto sul terreno culturale, oppure anche su quello istituzionale;

6. se il nuovo regime democratico ospiti al suo interno delle forze politiche ostili sì al regime precedente, ma al contempo anche di dubbie credenziali democratiche, di entità significativa;

7. infine, in quale contesto storico generale si collochino la transizione e la gestione della memoria.

Se proviamo ad utilizzare questa griglia di quesiti per comparare il caso italiano ai casi francese, tedesco e spagnolo, ci rendiamo immediatamente conto di come ciascuna costellazione storica nazionale sia in effetti unica – e poniamo le premesse di enunciare una tesi su come l’unicità italiana abbia condizionato lo sviluppo storico della Repubblica.

1. Il regime autoritario italiano è un prodotto endogeno della storia nazionale, così come lo sono il franchismo in Spagna e il nazismo in Germania. Il caso “deviante” a questo proposito è ovviamente la Francia. Benché com’è ben noto il regime di Pétain abbia delle profonde radici francesi, esso infatti è indiscutibilmente il prodotto della “strana disfatta”. L’opera di espunzione di Vichy dalla storia nazionale dell’Esagono, per quanto almeno in parte forzata e artificiosa, è perciò indubbiamente assai più agevole di quanto non sia collocare “fra parentesi” Mussolini, Franco o Hitler.

2. Il crollo del regime autoritario italiano, così come di quelli francese e tedesco, è notoriamente dovuto in larghissima misura a fattori esogeni e traumatici. Qui il caso deviante è rappresentato ovviamente dalla Spagna, e dalla sua transizione a origine endogena, contrattata e pacifica.

3. Diversamente tuttavia da quel che accade in Germania, il collasso del fascismo e la nascita di un sistema politico democratico in Italia vedono una partecipazione importante anche di forze endogene. Che a transizione avvenuta si danno inoltre da fare per attribuire sul piano simbolico alla propria partecipazione alla transizione un valore ancora maggiore di quanto essa non ne avesse avuto in realtà. Queste forze endogene, inoltre, sono politicamente assai eterogenee e divise: moderate e “continuiste” per un verso, a partire dal 25 luglio 1943 e poi per tutto il prosieguo della guerra e negli anni cruciali della transizione; ma anche radicali e “discontinuiste”, nella Resistenza e in alcuni almeno fra i partiti del Cln.

4. La vicenda italiana presenta consistenti elementi di continuità, tanto culturale quanto istituzionale, fra il regime prefascista, il fascista e il postfascista. Anche in questo caso la comparazione va fatta con la Germania, la questione della continuità avendo un valore del tutto differente tanto in Francia – dove l’esperienza democratica è molto più lunga e solida, e quella autoritaria invece molto più breve e fragile che in Italia –, quanto in Spagna – a motivo in questo caso della natura pactada della transizione. Nel contesto tedesco, dunque, le discontinuità istituzionali sono assai maggiori di quanto non accada nella Penisola. Per varie ragioni: le crisi di regime della prima metà del ventesimo secolo sono tre (1918-19; 1933; 1945-49) e non due (1922-25; 1943-48); manca un’istituzione come la monarchia, capace di tenere insieme il prefascismo col fascismo da un lato, e il fascismo con la fase iniziale almeno della transizione al postfascismo dall’altro; il regime nazista, per varie ragioni, è assai più radicale ed efficace del fascismo; infine, all’indomani della seconda guerra mondiale la Germania conosce una profonda discontinuità nell’assetto territoriale e demografico (divisione fra est ed ovest, ristrutturazione dei Länder con scomparsa della Prussia, notevoli spostamenti di popolazione) che in Italia è pressoché sconosciuta.

5. Malgrado questi elementi di continuità, tuttavia, la sconfitta della monarchia nel referendum del 2 giugno 1946 elimina assai presto un potenziale robusto elemento di ancoraggio istituzionale della componente politica e culturale che aveva gestito la caduta del fascismo e la transizione al nuovo regime a partire da presupposti moderati. Questo differenzia l’Italia sia dalla Spagna, considerato il ruolo fondamentale che nella transizione spagnola svolge la monarchia, sia dalla Francia, dove il Generale de Gaulle è in grado di garantire sul terreno tanto simbolico quanto politico la salvaguardia della continuità non, certo, del regime della Terza Repubblica, ma della tradizione statual-nazionale francese.

6. L’Italia postbellica, diversamente dalla Germania, ha notoriamente al suo interno il più forte partito comunista dell’Europa occidentale, portatore per lo meno per i primi decenni della vicenda repubblicana di un progetto non compatibile con i valori della democrazia liberale – o comunque, percepito da larga parte dell’opinione pubblica interna e internazionale come portatore di un tale progetto. Diversamente dalla Francia, questo partito è nei primi anni dell’esperienza repubblicana in grado di legare a sé, e subordinare alla propria egemonia, anche il partito socialista. La presenza di questo elemento incide robustamente sulla memoria del fascismo e sull’interpretazione dell’antifascismo.

7. Infine – e qui l’unico caso “deviante” è ovviamente la Spagna – per la sua collocazione storica la transizione italiana si trova immediatamente a doversi confrontare sia con un comunismo nel pieno del suo vigore e prestigio, sia coi rigori della fase più dura della Guerra Fredda.

Questa costellazione unica di condizioni storiche, si diceva all’inizio, fa sì che vi sia nella vicenda repubblicana della Penisola uno iato considerevole – e dannoso – fra una realtà politica “continuista” e moderata da un lato, e una cultura politica invece “discontinuista” e radicale dall’altro. Il fatto che il sistema politico italiano abbia un baricentro sostanzialmente moderato dipende in primo luogo dagli orientamenti prevalenti nell’opinione pubblica nazionale – elementi che si ricollegano a quanto abbiamo sopra esposto ai punti 1 e 2, relativi al carattere endogeno del fascismo e alla natura invece prevalentemente esogena e traumatica della sua crisi. Ma dipende anche dal ruolo che le forze politiche e le istituzioni moderate hanno avuto nella transizione (punto 3); dalla robusta linea di continuità istituzionale che lega la repubblica al fascismo e il fascismo al regime liberale (punto 4); e infine, a contrario, dalla forza del Partito comunista, dalla sua capacità di egemonizzare il Partito socialista, dal contesto storico più generale al cui interno si svolge la transizione(punti 6 e 7). Il fatto che la cultura politica capace di diventare egemone quanto meno a partire dall’inizio degli anni Sessanta sia più sbilanciata sul versante radicale dipende ancora una volta dal carattere endogeno del regime fascista, che proietta un’ombra scura sull’intera tradizione statual-nazionale italiana reclamando l’introduzione di un profondo momento di discontinuità con essa; dal ruolo che nella liberazione dal fascismo hanno avuto le forze politiche radicali; dalla scomparsa precoce del principale elemento di ancoraggio istituzionale di una memoria moderata del fascismo e della lotta antifascista, la monarchia (punto 5); infine, dalla forza di espansione anche culturale del Pci e dall’evoluzione ideologica della Guerra Fredda.

Questa scissione fra il carattere moderato del sistema politico italiano e il carattere radicale della cultura politica che gli era sottesa mi pare che sia invece assente – o per lo meno, che sia presente in misura minore – in Francia, Germania e Spagna. Forse anche in questa sua “schizofrenia” dobbiamo cercare le ragioni per le quali la Repubblica italiana ha tanto stentato fin dal 1948, e stenta ancora oggi, a trovare una sua stabilità.

Montserrat Duch Plana:

Se puede comenzar señalando que la oposición a la dictadura de Franco en Cataluña elaboró una compleja estrategia, como escribiera Vázquez Montalbán, para “recuperar la memoria heterodoxa y vencida; reconstruir una vanguardia crítica asesinada, exiliada o atemorizada como consecuencia de la guerra. Todo eso se hizo tozuda y precariamente” en las décadas más difíciles hasta la progresiva socialización liderada por la Assemblea de Catalunya (llibertat, amnistia, estatut d’autonomia i solidaritat amb els altres pobles d’Espanya) que a partir de 1971 consiguió conectar con una sociedad civil que cada vez se sentía menos identificada con la liturgia del régimen. Pero, pronto, muchos sintieron que “solo eran dueños, como el personaje del poema de Eliot, de un puñado de imágenes rotas sobre las que se ponía el sol del franquismo” y vieron como la transición mutilaria la memoria crítica, “cuando el resistencialismo no era una virtud, la virtud de la crítica metódica, sino un vicio heredado del pasado antifranquista”.

Memorias, desmemorias, contramemorias en una lógica temporal que en los setenta en Italia reemplazó el choque frontal por la legitimación recíproca; una estrategia que culmina con el compromiso histórico formulado por el PCI que en España defenderían el PCE y el PSUC que se orientó al consenso y a la evitación de las memorias en conflicto cuyo corolario es la toponimia urbana catalana.

En el uso público del antifranquismo y del antifascismo es fundamental el contexto internacional que influye de manera decisiva en la asunción del conflicto ideológico interno. Las lógicas de 1947 en Europa son distintas a la tercera ola democratizadora en el mundo.

En España, se optó por el acuerdo de la no instrumentalización del pasado que explicaría las políticas de memoria de baja intensidad del PSOE, sino que se impuso el “echar al olvido”, analizado por Santos Juliá o una “ecología de la memoria”, en mis propios términos, que se resumía en el “Nunca más” cuya víctima ha sido el antifranquismo mientras que Italia vivió una experiencia inversa.

Me parece que las similitudes en las culturas políticas de dos Estados afectados por nacionalizaciones débiles en la contemporaneidad muestran elementos comunes en las mentalidades colectivas, sea en el plano de las sociabilidades mediterráneas, el peso del catolicismo y del familismo, así como la presencia de rasgos comunes en sus culturas políticas que muestran continuidades en la demonización del adversario/enemigo o el déficit en la calidad democràtica algo que ahora “medimos” en el ranking (tiempos de rankings los nuestros!) de la Global Transparency que su informe de 2008 situaban a España en el lugar 28 con una puntuación media de 6,5 y a Italia en el 55 con una media de 4,8 en un índice de percepción de la corrupción del sector público en 180 países de todo el mundo.

Un debate comparado como el que propone Abdón Mateos sobre el uso público del antifranquismo y del antifascismo quizás requiera, con Pierre Vilar, “pensar históricamente” la agenda pública del presente.

Abdón Mateos:

Me ha parecido extremadamente interesante la intervención de Luca Polese Remaggi. Me gustaría que me explicara algo más sobre la personalidad de Ferrucio Parri, que creo que fue un protagonista de primera fila en la resistencia de ideología socialista liberal e impulsor del Partido de Acción. Sobre todo porque su formación política no tuvo continuidad en la Italia republicana, a diferencia de los partidos democristiano, socialista o comunista. Es decir, cuál ha sido el recuerdo o el uso público de Parri y el Partido de Acción. Por hacer una comparación con la España democrática cabe traer a colación a la personalidad de Dionisio Ridruejo que fundó en 1957 el Partido Social de Acción Democrática, una formación con un nombre parecido al partido político creado por Parri. A uno le entra la curiosidad de saber si el falangista Ridruejo, que residió en Roma durante los primeros años de la Italia republicana ejerciendo el periodismo en una situación de semidestierro, siguió desde cerca la trayectoria del Parri y su partido. No se trata, sin embargo, de comparar las personalidades de ambos sino de sus proyectos políticos y del hecho de que ambos bien por muerte de Ridruejo en 1975 bien por desaparición de los dos partidos políticos en democracia, resultan útiles para estudiar el uso público del antifranquismo y del antifascismo. Desde luego, la figura de Ridruejo estuvo muy presente en los medios de comunicación durante los años de la transición, recibiendo homenajes que se han prolongado hasta el momento actual con un encuentro organizado por el Centro de Estudios Constitucionales y diversos ensayos biográficos. Creo, además, que Ridruejo es la personalidad más significada de esa nueva oposición moderada que surgió en España desde 1956, a menudo desde la disidencia del franquismo o desde los hijos de los vencedores en la guerra civil. Una oposición que formuló un proyecto de monarquía y democracia, acercándose al exilio político que defendía un proyecto de ruptura republicana mediante una transición y plebíscito. Esa voluntad de ser mediador entre la izquierda y la derecha democráticas fue típica del autor de Escrito en España, una mediación similar a la que llevó a cabo Parri desde la presidencia del gobierno de unidad italiano de 1945. Creo que ambos defendieron un proyecto de reformismo democrático radical, intentando ocupar sin éxito un espacio político de centro izquierda.

Luca Polese Remaggi:

Agradezco mucho la intervención del profesor Mateos pues soy autor, precisamente, de una biografía de Parri que murió casi en el olvido en 1981. No creo que tuvieran un contacto personal en Roma pero puede ser real que Ridruejo siguiera con atención la trayectoria del Partido de Acción hasta su integración en el Partido Republicano Italiano y la insistencia de Parri en una lucha sin cuartel contra la corrupción y la mafia. En cualquier caso, la influencia de Parri fue disminuyendo a lo largo de los años de la Italia republicana en la medida en que la memoria del antifascismo fue impulsada por las instituciones y los grandes partidos políticos.

Javier Muñoz Soro:

Me gustaría aceptar la invitación de Montse Duch para analizar el peso del catolicismo en los dos países mediterráneos. Yo creo que la Iglesia y, en un sentido más amplio, el catolicismo juega un papel de reconciliación en las transiciones de 1945 en Italia y de 1975 en España. Claro que no son comparables las personalidades de José María Gil Robles o de Joaquín Ruiz Jiménez con la Alcide de Gasperi, pues los líderes democristianos españoles pasaron del colaboracionismo nacional-católico o de la disidencia monárquica desde el exilio a la oposición democrática. A mí me ha interesado, también, la memoria de la guerra en el antifranquismo del exilio y del interior de España. Me ha llamado la atención, sobre manera, el hecho de que en la España del tardofranquismo no hay ninguna referencia a la memoria republicana no sólo en el PSOE o en el PCE sino en la extrema izquierda maoísta. Únicamente, se puede rastrear algo en el FRAP quizá por el hecho de que fuera presidido simbólicamente por quien había sido ministro de Estado durante la guerra civil española. Claro que la República española se trataba de una derrota mientras que en Italia es una victoria y una guerra de liberación nacional.

Emanuele Treglia:

Para entender la cuestión eurocomunista tanto en España como en Italia hay que asociarlo, también, al recuerdo del antifascismo. Luca Polese ha dicho antes que en los años treinta no hay antifascismo pero la memoria del antifascismo en esos años del consenso consiste, también, en la memoria de los líderes de los partidos en el exilio que participan en la guerra de España. Se puede decir que hay un engarce de ello en los años sesenta cuando en Italia se formaron los gobiernos de centro-izquierda y en España hay una reactivación de la protesta social, sobre todo del movimiento obrero tras las huelgas de 1962. En esos años sesenta, en el ámbito de la izquierda italiana, y sobre todo en el PCI, hay la sensación de que se está marchando hacia una nueva transición del sistema político. En esos años hay una influencia mutua entre los comunistas de los dos países pues los comunistas italianos piensan en utilizar la protesta de Comisiones Obreras para legitimar su acción política. Cuando se inicia la transición a la democracia en España y el PCE celebra un pleno del comité central antes de la legalización, el PCI piensa que también en Italia se da la oportunidad para acabar con lo que queda del fascismo. Surge el proyecto denominado como el “compromiso histórico” mientras que el PCE defiende un gobierno de concentración o unidad nacional. Cuando las dos expectativas no se cumplen entra en crisis la formulación eurocomunista.

Alfonso Botti:

En la izquierda española existe el mito del PCI. Eso no sólo lo he comprobado en los libros sino hablando con la gente. Y Santiago Carrillo que tiene una capacidad de maniobra muy rápida, adelanta a Enrico Berlinguer porque corta de una forma mucho más brusca y autoritaria las relaciones con la Unión Soviética. El PCI tarda mucho más porque tiene que convencer a sus bases de que la URSS ya no era el paraíso ni el motor de la transformación mundial. Hay unos artículos en un libro impulsado por José Luis Martín Ramos sobre las reacciones de cuatro casos de partidos comunistas ante la invasión de Checoslovaquia, los partidos italiano, francés, español y el catalán, creo recordar, y el PCE es el que realiza un giro más súbito.

Abdón Mateos:

Sí, creo, muy rápidamente, que Carrillo hace un giro mucho más rápido debido a las condiciones de exilio y clandestinidad. Creo recordar que poco después del 68 también hay una importante reestructuración del núcleo dirigente del PCE, dándose entrada en el seno del Comité Central a toda una serie de nuevos cuadros jóvenes surgidos durante la protesta social de los años sesenta. Aunque el distanciamiento respecto a la URSS no tuvo en torno a 1970 un gran impacto en la vida interna del PCE pues solamente grupos minoritarios del exilio optaron por posiciones prosoviéticas, el más conocido Enrique Lister que fundó el PCOE, mientras que en España las condiciones de la clandestinidad no favorecían el debate interno y el arraigo de escisiones prosoviéticas o maoístas. Sin embargo, el malestar está ahí, soterrado a lo largo de los años setenta, pues la política eurocomunista suponía silenciar la memoria del papel del partido en la guerra civil y en la inmediata posguerra, con la resistencia guerrillera. Ahora recuerdo el caso de Juan Ambou, que además de ser consejero del Consejo de Asturias y León durante la guerra era miembro del comité central y publicó un libro de memorias más adelante en el que se dolía de ese silenciamiento de fechas como la conmemoración de la defensa de Madrid el 6 de noviembre. Pues bien, Ambou, que acaba de morir en México, derivó hacia el Partido Comunista de los Pueblos de España de Santiago Álvarez en los años ochenta. Creo, en definitiva, que estuvo asociado el eurocomunismo del PCE con una determinada política hacia el pasado de silenciamiento de la edad de hierro durante la guerra y la inmediata posguerra y que solamente con la creación de Izquierda Unida empezará a reivindicarse de nuevo ese pasado.



[1] Realizada en el marco de las Jornadas Antifranquismo y antifascismo después del franquismo y del fascismo, organizadas por el Centro de Investigaciones Históricas de la Democracia Española (UNED) en la EEHAR (CSIC), mayo 2010, gracias al Proyecto de Ministerio de Ciencia e Innovación HUM 2007/63.118 HIS.




Historiografías del tiempo presente

HISTORIOGRAFÍAS DEL TIEMPO PRESENTE


Abdón Mateos, EL USO PÚBLICO DEL EXILIO EN LA ESPAÑA ACTUAL

“Me siento responsable de no haber suscitado un debate sobre nuestro pasado histórico, el franquismo y la guerra civil, en el momento en que probablemente era más oportuno (…) no hubo, no ya exaltación, ni siquiera reconocimiento, de las víctimas del franquismo, y por eso hoy me siento responsable de parte de la pérdida de nuestra memoria histórica”.[1]

Felipe González (2001)

El argumento central de este capítulo final sobre el uso público[2] del antifranquismo después de Franco, se puede resumir en la afirmación de que el exilio se ha convertido desde, al menos, los años noventa en una verdadera cuestión de Estado, en referencia central de cultura política de España democrática, mucho más que la voz antifranquismo.

En otros países como, por ejemplo, Italia, a pesar del predominio político de la Democracia Cristiana o del Polo de la Libertad, el componente de liberación nacional que tuvo el antifascismo, hegemonizado por el PCI, permitió, hasta los años noventa del siglo XX al menos, que tuviera un peso más decisivo en la conciencia histórica de la república italiana.[3]

En efecto, esta reciente transformación de la conciencia histórica en España durante las dos últimas décadas no es casual, dado que la resistencia y actividad clandestina antifranquistas estuvieron asociadas a la hegemonía del comunismo español mientras que el exilio político tuvo como principal protagonista al partido socialista, tanto por su organización regular de masas, como por sus relaciones con otras fuerzas y su presencia internacional. Esa capacidad de denuncia exterior del franquismo fue uno de los mayores activos de la política del exilio.[4]

En este uso del exilio ha predominado, claro está, la recuperación de la obra de la élite intelectual, refugiada sobre todo en México, sobre otras dimensiones políticas más conflictivas, como pudo serlo la reivindicación de la legitimidad republicana. Además, el exilio de los años treinta se puede ver como una pérdida para España y como víctimas de la guerra civil y el franquismo. Incluso los tres exilios de los años treinta (1931, 1936 y 1939), representativos de las “tres Españas”, han permitido que la voz “exilio” se convierta en patrimonio común de los españoles o, como también se expresa, en memoria compartida de un nuevo patriotismo constitucional.

Me voy a detener, sobre todo, en la fase intermedia del uso público del exilio, entre 1993 y 2004, dada la importancia que el uso público del exilio adquirió a partir del cincuentenario de su inicio. Además, el hecho de que durante buena parte de esta década los sucesivos gobiernos carecieran de mayoría absoluta permitió otorgar un mayor peso reivindicativo del pasado a los partidos nacionalistas y los grupos minoritarios.

Respecto al período actual, abierto con los gobiernos de Rodríguez Zapatero, aunque sea todavía una historia inmediata, cabe señalar que las tímidas y simbólicas políticas de reparación contenidas en la Ley de diciembre de 2007, aprobadas sin el consenso de todos los grupos parlamentarios, han terminado amenazando la creación de una memoria compartida o cultura política común, debido a la polarización política sobre la significación de la guerra civil y del franquismo.

Sin embargo, tanto las instituciones privadas (por ejemplo, el Banco de Santander en el año 2006 con el patrocinio de la Cátedra del Exilio y en el 2010 con la firma de un convenio con la UNED para la creación de un Centro de Estudios sobre las Migraciones y los Exilios) como el Gobierno, a través del Ministerio de Cultura, han promovido la conmemoración oficial del septuagésimo aniversario del inicio del exilio.

Paradójicamente, una de las medidas reconocidas en la Ley de la “memoria histórica” de 2007, el reconocimiento de la nacionalidad de origen y, por tanto, de los derechos políticos de la ciudadanía, a los descendientes hasta la segunda generación de los exiliados y emigrantes salidos de España durante la posguerra hasta 1955, ha terminado poniendo en crisis el reciente y flamante Estatuto de Ciudadanía de los españoles del exterior. Aunque el temor de que se produjera una avalancha de peticiones de nacionalidad de descendientes de exiliados y de emigrantes no se ha materializado, puesto que durante estos dos últimos años las peticiones registradas son alrededor de 100.000 y se han reconocido solamente unos 40.000 nuevas nacionalidades de origen, la realidad es que el censo electoral de residentes ausentes prácticamente se ha duplicado durante los últimos quince años, pasando de unos setecientos mil españoles a un millón y trescientos mil.[5]



[1] Felipe GONZÁLEZ y Juan Luis CEBRIÁN, El futuro no es lo que era. Una conversación, Madrid, Aguilar, 2001, p. 139.

[2] Para la noción de “uso del pasado”, véase, por ejemplo, Enzo TRAVERSO, Els usos del passat, Valencia, PUV, 2006. Siguiendo al filósofo de la Escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas, considero que todas las referencias al pasado fuera del ámbito académico, incluso las realizadas por historiadores, se revelan como usos públicos del pasado. Dentro de estos “usos” se encuentra de forma principalísima, claro está, el uso político, a menudo denominado “políticas hacia el pasado”, “políticas de memoria” o “memoria histórica”.

[3] Véanse, por ejemplo, Sergio LUZZATTO, La crisi dell´antifascismo, Turín, Eunandi, 2004; y Alberto DE BERNARDI, Discurso sull´antifascismo, a cura di Andrea RAPINI, Roma, Mondadori, 2007. Un debate comparativo en María Elena CAVALLARO y Abdón MATEOS (eds.), “El uso público del antifascismo y del antifranquismo en Italia y España”, Historia del Presente, 15, 2009/1.

[4] Un ejemplo de balance general, referido sobre todo para México en la edad contemporánea, en Clara E. LIDA, Inmigración y exilio. Reflexiones sobre el caso español, México, El Colegio de México, 1997; y, más recientemente, de la misma autora, con ocasión del LII Aniversario del exilio, Caleidoscopio del exilio. Actores, memoria, identidades, México, El Colegio de México, 2009.

[5] Tomado de los censos electorales de residentes ausentes del INE.